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Peregrinar

Si atendemos al significado etimológico del término peregrinar, este proviene del latín peregrināri, que significa “viajar por tierras extrañas” o “transitar lejos del lugar de origen”. Este verbo está formado por el sustantivo peregrinus, que significa “extranjero” o también “forastero”, y que, a su vez, se deriva de per (“a través”) y ager o agri (“campo” o “territorio”). Así pues, en este contexto, peregrinus hacía referencia a alguien que transitaba o estaba fuera de su tierra natal, explorando o viajando por territorios desconocidos.

Aclarado el término desde el punto de vista filológico, quizá resulta más sencillo definir lo que no es peregrinar. Peregrinar no es una reunión de amigos. No es una fiesta acotada en el tiempo. No es un botellón itinerante. No es deporte. No es un acto social mediante el cual es posible conseguir algo a cambio. No es una muda de lugar. No es turismo. No es un viaje ordinario. No es perseguir el encuentro con una imagen entronizada…

En el momento en el que peregrinamos se produce una conexión directa con quienes nos precedieron en la fe. Por ello, peregrinar es un viaje espiritual de búsqueda personal. Por eso, porque se trata de una búsqueda personal, es necesario el silencio interno y externo. Es preciso acallar todo el ruido que nos rodea, por dentro y por fuera, para abrir la totalidad de nuestro ser a la infinitud divina que preside nuestras vidas. Peregrinar es un viaje trascendental con un propósito de encuentro con lo sagrado. Peregrinar es un acto también penitencial, donde se busca la reflexión a través de la purificación personal y, en ocasiones, conlleva un sacrificio físico. Peregrinar, en la tradición católica, heredada de la tradición judía, es un acto cuyo fin es transformar a la persona mediante el encuentro con Dios. Peregrinar es un viaje temporal, con el objetivo de regresar una vez cumplido el propósito espiritual. No se trata de asentarse en el lugar visitado, sino de regresar al origen. Por eso no es realmente posible peregrinar cuando el objeto de la peregrinación se encuentra en el lugar en el que se reside, porque no se produce el viaje de ida y vuelta. Peregrinar debe devolvernos a nuestro lugar de origen renovados, transformados, henchidos de una fe más auténtica y un calado espiritual más profundo.

Peregrinar es buscar la cercanía de Dios siendo conscientes y estando preparados para el encuentro; porque puede Dios volver a manifestarse en un árbol ardiendo, o en una ráfaga de viento, o en el crepitar del rocío de la mañana contra el barro del camino. Peregrinar es caminar sabiendo que Dios nos espera, nos ve y nos siente. Es caminar sabiendo que Dios no nos necesita, que no necesita de nuestro caminar, que no necesita nuestras ofrendas, que no necesita nuestros sufrimientos ni nuestras alegrías, que no necesita nuestras rodillas clavadas en el suelo, que no necesita de nosotros porque no depende de nosotros… Porque Dios es pasado, presente y futuro. Todo unido en un TODO eterno. Pero nosotros sí necesitamos a Dios, porque de Él venimos y a Él volveremos en una larga peregrinación que, algún día, cobrará todo su sentido.