Para mí, la música es sagrada. Y lo es por dos razones muy sencillas: la primera de ellas, porque es el regalo que Dios dio a los hombres para expresar todo lo que no se podía expresar con palabras, es decir, lo más importante. La segunda, es que el ser humano aprendió a cantar para poder rezar, probablemente incluso antes que hablar.
Mi primer contacto con una banda fue a los cuatro años y desde entonces no me he separado de ellas. He estado, por avatares de la vida, en casi todos los puestos en los que se puede estar menos en el de presidente de una sociedad musical, gracias a Dios.
Sin embargo, como músico, he formado parte de ellas como saxofón tenor, saxofón soprano, saxofón barítono, saxofón alto, pianista e incluso percusionista en momentos de extrema necesidad, es decir, he estado donde el director del momento me colocaba porque en mi pueblo sigue habiendo un dicho que se respeta a rajatabla y es Deixeu al mestre per burro que siga (dejad al maestro por burro que sea) por la sencilla razón de que si estaba encima de la tarima, sobre el pódium, era por alguna razón. En mi etapa como músico de banda he tocado con unos 10 directores, sin contar con directores invitados o participaciones con otras sociedades musicales y de todos aprendí algo, incluso de los que menos me gustaron o los que menos empaticé. En algún momento durante su labor hubo un gesto, un comentario o un detalle interesante.
Con el tiempo, el hecho de ser músico me llevó a ser directivo, gerente, asesor, consultor, director de conservatorio profesional, director y coordinador académico, director asistente y director titular.
En todos esos embolados en los que me he ido metiendo o me han podido meter, he llegado incluso a redactar estatutos para la creación de nuevas sociedades o agrupaciones musicales. ¿Por qué cuento todo esto?, pues porque tengo treinta y siete años pero mi leche materna han sido las bandas de música, en una tierra con un importante arraigo de estas agrupaciones: la Comunidad Valenciana.
Me incorporé a la banda juvenil de mi pueblo, la Societat Musical l’Avanç de El Campello, allá por el año 1995, y en la banda titular allá por el año 2000; y desde que puse un pie en el primer ensayo supe que aquello no sería un pasatiempo, si no que sería mi vida. Por eso para mí la música es sagrada. Por eso para mí, Santa Cecilia es algo sagrado. Uno puede llevar treinta y cinco o cuarenta años en una banda de música de la misma manera que puede formar parte del equipo de baloncesto. O puede llevar seis años poniendo parte de su vida en lo que hace cada vez que tiene el instrumento entre sus manos. Ambos lo disfrutarán, estoy seguro, pero uno de ellos hará música y el otro no.
Así pues, como decía, Santa Cecilia es algo sagrado para mí porque es el recuerdo de un noviembre húmedo en Alicante. Porque Santa Cecilia son ensayos todos los martes y jueves con más de 40 personas en la sala de ensayos desde las 10 de la noche hasta que el director quedara contento con el resultado. Daba igual trabajo, daba igual exámenes… el centro era la música. Porque Santa Cecilia es la mirada de mi abuelo, siempre desde la misma butaca, con una sonrisa cómplice. Porque Santa Cecilia es un concierto, una cena, una recogida de músicos casa por casa, llegando incluso a tomar un autobús urbano para ir en busca de los que vivían más lejos. Porque Santa Cecilia son jóvenes, y no tan jóvenes, que desean comenzar a ver la vida desde el prisma de la música. La vida seguirá siendo la misma, pero con mayor calado y profundidad.
Por eso no puedo dejar de decir a los más jóvenes que hoy se incorporan oficialmente que ellos, con ellos y en ellos está el futuro de la Banda Municipal. Porque formar parte de una banda de música es una forma de ser y de estar en el mundo, como mínimo a la misma altura que cualquier otra actividad o deporte. Por ello cuento especialmente con vosotros, con los más jóvenes, y no tan jóvenes, en un proyecto musical cuyo principio y fin es y será siempre la música.
La música funciona cuando se convierte en el centro, cuando ejerce como fuerza centrípeta porque todo cuanto la rodea converge en ella misma. Sin embargo, cuando la música es simplemente la excusa, el detalle que justifica todo lo demás, todo acaba por verse mermado porque no hay un objetivo común, un bien, una idea superior que todo lo englobe. Es entonces cuando se pasa de lo artístico a lo meramente social, y en lo meramente social se cae en lo excesivamente humano, y en lo excesivamente humano perece la belleza de lo inasible.